Siete de la tarde
Siete
de la tarde.
Bendita
hora de brújula secreta.
Mis
ojos voltean hacia el muro
de lo
irreversible.
La
bruma llega como el manto
de
olvidos y dolores de todas las mujeres.
La
calle es puente y grieta.
Un día más y no habrá vida.
Es ahora: en el desquicio
en la
obsesión, en la caída,
cuando
el sol se inclina
en el
doblez que un día fue nuestro.
No hay
palabra
que desnude
el viento.
Sólo
Dios sabe los misterios
de esa
maldita hora
en que
mis voces callan.
María
Andrea Mónaco